lunes, mayo 29, 2006

al que pereció en ultramar

Bruno Marcos
Para despedir a un familiar que pereció en ultramar fuimos ayer a misa. El cura se despachó a sus anchas. Citó a Jesucristo diciendo: “Como yo he sido perseguido lo seréis vosotros”. Y muy ufano se consideraba tan cercado por nuestra sociedad como el pobre Pedro impelido a negar a Jesús o los protocristianos de las catacumbas que tanto de comer dieron a los hambrientos leones africanos.
A él le parecía que en nuestro tiempo histórico no se le permite hablar del matrimonio, de la educación o de la prensa sin que se le ponga una etiqueta. ¿A qué etiqueta se referiría?¿ A ver si es que, dentro de la iglesia, ahora, se deja opinar más que en la sociedad laica?
Dijo que el Papa era uno de los diez mejores cerebros del mundo, como para legitimar algo que el Sumo Pontífice había dicho dándole la razón a él. Pero al decir que era de los más preparados intelectualmente uno podía intuir que insinuaba que otros papas pudieran haber sido tontos, y, además, ni siquiera decía que fuera el más listo de todos, sino que solamente estaba entre los diez primeros, ¡qué poco! Por si no bastase añadió que por boca del Papa habla el Espíritu Santo, que ese sí que no se equivoca, con lo cual yo pensé que para que necesitaba ser el cerebro del Papa de los diez más listos del mundo si a través de él hablaba Dios.
Los curas no se dan cuenta de que su gran valor es el ritual ( quizá lo saben de sobra), yo creo infinitamente en los ritos, en los gestos. Al fin se calló y prosiguió repitiendo lo que dijo Jesús en la última cena, y, después, mencionó el nombre del fallecido, entonces sí, en ese momento sí nos convenció, sus palabras, al pronunciar el nombre de la persona perdida, parecieron grabarlo en la misma piel de Dios, esté donde esté.

domingo, mayo 28, 2006

Detesto el pasado

Bruno Marcos
En realidad yo detesto el pasado, aunque haya parecido aquí que, a veces, soy nostálgico no me deleito -en el sentido proustiano- en reconstruir el universo sensitivo de lo pretérito. Intelectualmente desprecio lo que se ha ido, supongo que es porque lo veo como el espacio de la ignorancia, del no conocer, sin ir más lejos, lo que iba a pasar después.
Mi merodeo por los recuerdos no deja de tener un impulso reorganizador, interpretador, como le gustaría a mi hermano, un hálito de historicismo psicoanalítico. ¿Cómo desear volver a vivir lo vivido? ¡Qué pereza!¡Qué estupidez!
Añoro la intensidad de los momentos huidos pero rápidamente me parece deleznable un tiempo en el que no sabía lo que ahora sé.
Me lo crucé en una escalera mecánica. Él, acompañado de dos chicas, subía mientras yo bajaba. O no me vio o no le dio tiempo para saludarme, o no quiso. Un poco defraudado le comenté a ella: “Hay gente con la que has compartido hasta el aire que respirabas y que luego te la cruzas y ni te saludas”.
Más tarde entró en el bar en el que estábamos y me dirigí a él recriminándole que no podíamos dejar de saludarnos con lo que habíamos vivido juntos. Él había repetido tantos cursos que cuando le di clase casi teníamos la misma edad. No sé por qué acabamos juntos al final de tantas disparatadas fiestas. Creo que mi memoria las mezcla todas en una, una en la que, cuando cerraron los bares, fuimos 20 o 30 con las llaves de Fafa a saltar la verja a por unas botellas de champán que sabíamos dormían dentro. Luego nos metieron en unos coches y nos llevaron al bosque, abrieron las puertas, pusieron la música a tope y encendieron los faros sobre una zona entre los troncos de los árboles y todo el mundo empezó a danzar. Al final sólo quedamos cuatro y alguien dijo que fuéramos a ver amanecer al pantano. A la vuelta faltaban apenas dos horas para empezar la jornada, él se fue y Fefe propuso que durmiéramos ese tiempo en su coche en el centro del pueblo. Al poco empezaron los madrugadores a mirarnos con extrañeza. Fefe arrancó y volvió a la falda de la montaña, encaramó el coche en un promontorio colocándolo de forma que dejaba visible todo el valle y el pueblo, después sacó una mantita, cubrió sus piernas y las mías y me ordenó dormir. A mí tanta excitación no me permitía obedecerle mientras el sol, como hace mil años, asomaba por el horizonte, ajeno a todas las fiestas de los hombres, a todas las cosas que pasan y que serán, un día, recuerdo de los hombres.

viernes, mayo 26, 2006

Los callados

Bruno Marcos
Contaba Sánchez Dragó que fue enviado para sustituir a un profesor a un instituto en el que era docente Gerardo Diego, sumamente excitado debió entrar en la sala de profesores esperando tratar a uno de los mitos vivientes de la generación del 27, y cuán grande debió ser su desilusión al descubrir a un señor mayor, al fondo de la estancia, hierático e inexpresivo, con el que no cruzaría ni media palabra.
Como ya apunté en mis comentarios a mí mismo, oí decir a Andrés Amorós que Don Benito el garbancero era una esfinge, que casi no decía palabras, que incluso, en el parlamento, a donde se supone se va a parlar, él hacía de trapense. Muy de vez en cuando abría el pico y exclamaba: “¡Cuánto misterio!”.
No es que yo quiera afiliarme a tan ilustre genealogía pero me llama la atención esa coincidencia de que personajes que en el trato parecieron callados, silenciosos, reservados, produjeran tan grandes discursos.
La reacción más inmediata es la de pensar que estas psicologías para compensar su silencio se valgan de otros medios más indirectos, pero eso justificaría que usasen las cartas, por ejemplo, pero no que construyeran tan magnas obras. ¡Tanta necesidad de compensación se revela absurda!
Yo creo más bien que se debe a una fe inmensa en la palabra, un respeto casi religioso por ella. Quien la ha usado para producir belleza o significación se torna reacio a tratarla sin más ni más para las cosas cotidianas sintiendo interiormente que si lo hace sería como utilizar joyas para impermeabilizar letrinas.
Recuerdo que de pequeño me era imposible pronunciar palabrotas, mi lengua estaba amputada para orquestar esa fuerza verbal que, en muchos casos, resolvía situaciones. Yo, no sólo porque en mi casa no se dijeran sino porque era creyente del poder sacro de las palabras, no podía practicar con los tacos.
Me sorprende la gente que cree tanto en la oralidad, Sócrates incluido, quienes adoramos la escritura desconfiamos del habla. Quod scripsi, scripsi, dijo Pilatos, Quien mucho habla mucho peca apunta Larsen citando a San Juan de la Cruz, Casi siempre usamos las palabras para decir lo contrario de lo que pensamos esgrimen los trapenses.

jueves, mayo 25, 2006

El blog

Bruno Marcos
Llevo algunos días acobardado. Un extraño mensaje me hizo ver que puede haber por ahí gente que sepa más de mí de lo que creo. ¿Qué inconsciente impudicia he cometido durante estos meses en el blog?
Consulto las estadísticas, una media de 25 visitas diarias, teniendo en cuenta que lo normal es que los lectores lo visiten cada dos o tres días podría darse el caso de que al menos unas 80 personas sigan mis extraños avatares: lo que escribo aquí.
La verdad es que si un sujeto hace lo que yo he hecho durante meses debería afrontar que, de pronto, uno le diga, por ejemplo, que sabe perfectamente cómo es mi padre o algo por el estilo.
Me comenta A. que, en Valencia, a un artista le han mandado la policía a casa por cosas que ha hecho con el blog. ¡Qué arma en manos de insensatos, narcisos o tontuelos! Me culpa de dar alas a Melón que recientemente ha creado su blog –genial-. También Loss creó el suyo al poco de abrir yo este y quedó fosilizado en su primera entrega. Le regalé en navidad uno a mi hermano y le hice varios al de r. que él reiteradamente malogró.
Sin embargo, A., no me culpa del verdadero delito, tratar al sputnik como una cosa literaria hasta el punto de que se le ocurra sacarle ahora en la tele.
Por favor, lectores escondidos, manifestaos...

miércoles, mayo 24, 2006

Otras bohemias

Bruno Marcos
Vivía en un estudio de unos ochenta metros cuadrados rodeado por sus horrendos cuadros que fusionaban en un colorista sincretismo psicodelia y esquizofrenia. Contestaba compulsivamente y convulsivamente a toda pregunta como si, en su mente, confluyeran ideas a borbotones ingobernables. A la pregunta de si estaban aquellas obras a la venta decía que sí, que si querían comprarle esta o aquella pintura él estaba encantado y que si deseaban, más tarde, pagarle el doble de lo convenido él más encantado todavía, pero que todo, este y aquel cuadro, todo eran una filfa, que después de mil años todo eso sería nada, que a él lo que le interesaba era salvar su alma, y que a él le habían hecho mucho daño Picasso y Dalí, porque Dalí decía que era divino y, claro, ahora a él no le creía nadie.

domingo, mayo 21, 2006

ARTHUR GAMONEDA

Bruno Marcos
Una literatura decantada, purificada hasta tomar el pulso de lo que no tiene pulso, una de las pocas obras que nos hace pensar que la poesía, hoy, sigue viva. Antonio Gamoneda, como una pesadilla, como un fogonazo de lucidez que nos ciega en medio de la escenografía general que nos sirve para espantar la verdad.
Ha dejado dicho él que su literatura son todas las cosas reflejadas en el espejo de la muerte, como si fuera necesario recalcar, en esta Belle Époque en la que vivimos, que aún somos grávidos.
La narcosis masiva que nos fabricamos no es nueva, como tampoco es nueva la rebeldía de construir un árbol de palabras cuando no sólo el limbo sino el mismo cielo han sido clausurados. ¿Para qué la literatura? ¿Para construir la verdad? ¿Para dejar fe de que hemos sido cegados por la luz? El problema de nuestro tiempo parece ser que no nos atrevemos a mirar fijamente a lo que somos, que trocamos nuestro horizonte del pasado al futuro pero que seguimos fantaseando.
Dudo que esta amnesia sea nueva. Al leer a Gamoneda tenemos la sensación de haber despertado de ella, de salir del reino de Morfeo al desierto del mundo real, donde los señuelos caen como títeres de oropel cuyos hilos han sido cortados por la tijera de la nada. Sin embargo esa esencialidad del desierto, esa poesía desnuda con la que se construye su imagen lo vuelve prístino y lo funda como materia.
Ante la concesión del premio Reina Sofía contesta –magistral- que lo agradece pero que no se excita, porque seguramente medita en que la sociedad valora su aventura como la de un Robinsón Crusoe, la admira, pero no está dispuesta a embarcarse en ella. Ante tanta gestión de la ansiedad disfrazada de gestión de la cultura, ante el disfraz metafísico de la fama él se mantiene fláccido, también cuando la estatua que desfila es la suya propia.
Algunas veces uno piensa que haberle conocido ha sido una fatalidad, que, quizá, sin saber de su vecindad, que, en nuestra ciudad, las palabras iban urdiendo una línea tan afilada hacia lo que no queremos pensar, pudiéramos haber vivido distraídos, como el tonto feliz del que hablara Quevedo, aquel que de todo lo que ignoraba se aprovechaba, que se dilataba cuanto más se estrechaba. No lo creo.
No sé quién, para criticarlo, ponía en boca suya algo así como este reproche: “¿Pero cómo pueden escribir así si saben que se van a morir?”. Y es cierto, ¿cómo podemos vivir así si sabemos que nos vamos a morir? Muchos de los que hablan de él ahora citan a Arthur Rimbaud. ¿Es posible?¿Rimbaud anciano?¿Ese tontuelo que pasó una temporada en el infierno y no quiso nunca más saber nada de la poesía pudiera haber desembocado en un Gamoneda? Quizás. No en vano, moribundo, con la pierna podrida, en la cama de un hospital de Marsella escribió Arthur a su hermana: “¿Para qué vivimos?”.

miércoles, mayo 17, 2006

Dr. Jekill

Bruno Marcos
Se lo dije varias veces: “Sal de ese blog, ahí tu sarcasmo está de más, son un contubernio siniestro en torno a la literatura infantil, un grupo como los vecinos de La semilla del diablo que, en cualquier momento, tras su afable aspecto, aparecerán invocando al diablo y comiéndose a los niños que compran sus libros”.
Pero él dale que te pego, sin que nadie le diera respuesta. Total que un día la administradora del blog se despidió enigmáticamente, dejando entrever que algo terrible le había sucedido. El de r. fue de los primeros en contestar con sus aforismos socarrones insinuando no sé qué imperativos de marketing que la llevaban a cerrar el chiringuito. Después, una legión de partidarios de la dueña de dicho blog se lanzaron sobre él llamándole las más groseras cosas, recomendándole que se metiera partes de su anatomía en otras partes de ella misma. Acto seguido aparecieron otros que afirmaban que lo sucedido era una muerte en la familia de esa señora, otros que aseguraban que se trataba del despido de un suplemento cultural en el que ella trabajaba y, algunos otros, certificaron su divorcio.
Uno contestaba: “Hay gente limitada, los hay tontos y los hay tontopollas como nuestro querido amigo. C., besotes y achuchones. Seguro que nos volveremos a encontrar.”
Otro un poco más abajo ejercía de Dr. Jekyll: “Si sirve para algo lo que diga, reabre el blog. Escribir es tu vida. Antes dejarías de respirar que de escribir. No te niegues a ti misma. PS: lo único que puedo decir de ti, es que eres un malnacido y un malfollado. Y que la visión que tienes de las cosas, habla por sí misma de lo que eres: una mierda, un desgraciado, alguien que aprovecha el dolor ajeno para hacer crítica injusta. Eres un hijo de puta... “ Uno más decía: “Dudo mucho que por este camino logres el afecto que C. consigue. Afecto que, naturalmente, no te parecerá sincero. Considéralo como te apetezca. O lo que es lo mismo: a tu modo cretino de ver el mundo, en el cual hasta tu propia mano debe parecerte miserable cuando te haces pajas. Tu mano y por extensión tú mismo. Ese juicio, por una vez, estaría fundamentado. Bueno, basta de darte el placer del protagonismo. A tu necio, cretino y miserable rollo.” Y, acto seguido, cual poseído que conoce lenguas muertas, añadía: “C., guapa. Viure és...viure. Tot això també ho és...”.
A los dos días la tan enigmática escritora que había prometido irse, pues, durante mucho tiempo, no sabría que decir ni en el blog ni en ningún otro sitio, volvió a aparecer aclarando que no se trataba de ninguna muerte de alguien cercano, ni de ningún despido, ni divorcio, ni nada que se le pareciera, que agradecía a todos el interés y –refiriéndose claramente al de r.- que siempre había algún malnacido. “Los que han aprovechado el mal momento –escribía- para sus gilipolleces no me han sorprendido en absoluto; afortunadamente, tengo enemigos. Pobre de quien no los tenga con 36 años. Yo soy lo bastante interesante y me va lo bastante bien como para que algunos lo lleven fatal.”
Un tanto derrotado el de r. me susurró: “No puedo entrar ahí ya, me descuartizan esa panda de fanáticos. Además nada de eso de las muertes era verdad”.”Entonces – le contesté yo- todas las burradas que te dijeron están de más.”
En eso le ordené escribir: “A ver qué pasa... a mí se me defenestró -hasta tal punto que me está dictando alguien lo que tengo que decir, pues el trauma causado por llamarme hijo de puta, gilipollas, fascista, tonto...- por expresar mi opinión sin ofender a nadie. Viendo que no ha habido muerte, ni expulsión del suplemento, ni ruptura sentimental, ¿quién me indemniza moralmente? ¿Quién me consuela a mí como a C.? Los que se han inventado la muerte o lo del despido son peores que yo, esos si que son unos enfermos.”
No tardó en aparecer una respuesta de la secta: “No, no son peores que tú. Tú hiciste leña de un árbol caído de una manera tan gratuita, sin conocer nada, sin molestarte en ni siquiera saber si había algo más... que sólo te mereces eso. No creo que nadie se apiade de ti en tu verborrea maloliente.”
No me dirán que no dan miedo.

lunes, mayo 15, 2006

que nos hagan caso...(2)

Bruno Marcos
Me extrañaba porque muchas veces yo me mostraba austero, arisco, con sus requerimientos, les reñía, les exigía más de la cuenta, pocas veces era zalamero con ellos y ellos afirmaban que me querían, que era al que más querían, que yo era distinto.
Yo, cuando podía, les interrogaba, como abogado del diablo contra mí mismo, pues no entendía por qué les caían tan mal los otros, si yo, en el trato con ellos, veía que eran personas agradables. En alguna ocasión, al llegar a casa, le comentaba a ella: “Pues, ¿cómo serán los otros? ...les tratarán a baquetazo... les humillarán...”.
Aún no lo tengo claro, a veces dudo de que me engañen y que eso se lo digan a todos, pero, en ocasiones, cuando estamos varios juntos ellos se tiran a mí. Llegué a elucubrar que tuviera yo un karma especial que ellos captaban y que a mí mismo me hubiera pasado desapercibido.
Me entregaron dos hojas con despedidas y les conté que, cuando me casé, otros me hicieron un libro y me cantaban la marcha nupcial por los pasillos y Delfín dijo: “Ves... si todos te quieren”
Cuando negativizo su amor por mí acaban por responder que es que yo les escucho.
Muchos de mis compañeros no se dan cuenta de que con quien trabajan es con ellos, que es con ellos con los que conviven tantísimas horas y no con los otros profesores con los que se cruzan cinco minutos a la semana. Seguramente también ellos necesitan que les escuchen, no por ser adultos dejarán de carecer de la atención que un alma precisa. No en vano me dijo una un día: “Aquí no se viene a trabajar, se viene a dar conversación”.

Fotografías y recuerdos

BrunoMarcos
Efectivamente, las fotografías están cambiando su papel en nuestras vidas. Apenas pensamos en ellas como futuros recuerdo, seguramente porque el recuerdo en sí está siendo desterrado de nuestro pensamiento, igual que todo el pasado. Yo mismo me he escuchado últimamente y por primera vez en mi vida diciendo esa frase de eso ya es cosa del pasado no le des más vueltas. El poder curativo del olvido debe ser, más allá del poder curativo de las palabras, de las mentiras amorosas y de las reinterpretaciones más o menos literaturizadas de la propia vida, mucho más poderoso.
Ahora las fotos, fusionándose en un todo digital, seguramente durarán mucho menos que esos papeles astrosos de sales de plata donde nos miran con una tensión ancestral y existencial nuestros antepasados. Ayer leí en la Biblia, en Lucas, la genealogía de Jesús, y era un propio poema precioso ascendente por mil y un padres hasta Adán y a Dios. Uno debería poder hacer eso mismo con fotografías pero estamos enredados más en una producción de imagen que en una fijación del tiempo. Perece absurda toda aseveración de Walter Benjamín o Barthes al respecto.
Con la fotografía digital se ha abierto una pulsión exploradora de la imagen, vamos a casa con el material a ver cómo hemos quedado, a ver más perspectivas de cómo ha sido el bautizo, la boda, o las vacaciones, a completar la percepción, como en una epilepsia cientificista cubista.
Recuerdo que a la vuelta de la India me di cuenta de que empezaba a sustituir los recuerdos reales por las imágenes de las fotografías y del vídeo y que no podía hacer nada para frenarlo.No sé, tal vez al fin, también volvamos a ese material para el recuerdo.

viernes, mayo 12, 2006

Errores...

Bruno Marcos
Es increíble. Vuelvo al peluquero y el mismo error incomprensible. Hará uno, dos meses, que fui y otra vez. Por si acaso, al terminar el pelado, me levanto, me instalo los anteojos y acerco mi rostro al espejo. Ahí estaba, de nuevo, la patilla derecha centímetro y medio más larga que la izquierda. Protesto y me vuelvo a sentar en el sillón de afeitar. Compruebo el arreglo y no me satisface. Le pido al artesano del cabello que me miré de frente y, bizqueando un poco los ojos y con gesto bobalicón, me dice que él sigue viendo más larga la derecha, como si fuera yo el empeñado en que me dejase cojo de las patillas.
Salgo sin dejar propina esta vez, importunado por el error tan estúpido, y sin saber a que achacar un descuido así cuando sé que, aunque el peluquero no me da conversación, sí se esmera más con mis cuatro pelos que con otros pelos para esculpir un cabeza regia.
Al entrar en el portal coincido con dos ancianos en el ascensor, les digo que yo vivo en el tercero y ellos añaden que también van al tercero. Yo, incomprensiblemente, digo, alto y claro, que vivo en el A y, de inmediato, me percato del injustificable error pues yo vivo en el C, pero no sé por qué he dicho que soy el del A. Desisto de desdecirme pues no sabría cómo. Salimos del ascensor, yo me meto en el C y ellos en el A, se despiden cortésmente mientras, con toda probabilidad, cavilan si ese muchacho –yo- estará mal de la cabeza.
Abro la nevera y, ante estos pequeños errores, cojo un pequeño petit suise, y me lo como mientras medito en lo rápido que el destino me mostró por qué se cometen pequeños errores, por qué pude haber salido cojo de las patillas, por nada.

martes, mayo 09, 2006

El otro...

Bruno Marcos
Me paré en un semáforo y le vi al otro lado de la calle, el p.t. Él me confunde con otro que se me parecía, alto, pelo castaño... El otro tuvo un accidente de coche grave con muertos. Cuando me lo cruzo, aunque casi nunca nos saludamos, yo sé que él, siempre un poco etílico, cree que soy el otro y que piensa que me ha pasado algo horrible, y yo, un poco, porque sé que él lo cree, me siento –absurdamente- como si me hubiera pasado algo horrible.
No puedo desmentirle, no puedo pararle un día y decirle que yo no soy el otro, que yo soy aquel al que le trajo el libro –sin que se lo pidiera- de las prácticas sexuales en la historia y al que recomendaba leer la página donde se narra como las romanas se metían culebras en la vagina.

domingo, mayo 07, 2006

A rececho

Bruno Marcos
Hoy, al amanecer, C. ya llevaría un par de horas agazapado entre la maleza en un lugar que había avistado tiempo ha. Con los primeros rayos de sol una hembra de corzo saldría a la pradera a calentarse un poco con la amanecida. En ese momento la escopeta de C. acabaría con una historia que se remontaba a aquellos montes: una cervatilla que se salvó de los lobos mientras la amamantaba su madre, un ejemplar joven que se emparejó en su momento, tal vez, ahora, madre que dejaría huérfanos a otros corcitos.
“Cazar así -me dijo anoche- se llama a rececho”. “Algún día –le comenté- me gustaría ir a ver una cacería”.
Al despedirnos le propuse: “Mañana indulta a la primera corza que salga, por lo menos a la primera, por madrugadora”.
Tal vez no la haya indultado o tal vez sí, tal vez ya esté muerta, o quizá, remoloneando dentro del bosque, a la corza se le pasara por alto que el sol salió.
Emitido el 10 de Mayo de 2006 en DobleV radio. FM 100.3. León.

sábado, mayo 06, 2006

En la ópera

Bruno Marcos
Me llegó una invitación para la ópera y ella, ni corta ni perezosa, en mi ausencia y a sabiendas de mi negativa a hacer de comparsa en las mil y una inauguraciones que da esta cultura local que es toda ella un malentendido, llamó para concertar nuestra recogida de las localidades y añadió, de su propia cosecha, a un sobrino. Total que nos pusimos allí con niño y todo y resultaba que aquella ópera formaba parte de este tinglado que se han montado ahora aquí de la feria internacional de libro infantil, es decir del negocio que se da vendiendo libros a los niños que -supongo yo- no leen nada. De hecho yo trato todos los días con cien adolescentes que no quieren ver, en su mayoría, un libro ni en pintura.
Por cierto que me llega el rumor de que ha ganado uno de los premios de poesía más importantes del reino un chaval de 16 años. ¡Madre mía! Me imagino que quieren inventarse un Rimbaud de usar y tirar para vender algunos ejemplares más pero es que yo pienso en mis pupilos, generación logse, perpetrando un poemario y no sé si reír o llorar.
Hoy otro profesor le dijo a Serio Vital: “Mira no nos intentes engañar, Bruno y yo llevamos estudiando más tiempo del que tú has vivido...”. Y es que nos pasamos más de 20 años dentro del sistema educativo, más el estudio, por libre, de las oposiciones, y además casi todos queremos luego ser profesores, es decir toda la vida en el sistema educativo. Es normal, pues, que mi inconsciente me lleve en sueños hacia atrás y hacia adelante en mi carrera de estudiante. Se lo he preguntado a más gente que ha estudiado y bastantes reconocen haber tenido pesadillas parecidas a las mías, pesadillas extrañas en las que me veo, de pronto, mayorón, asistiendo a clase de 5º de primaria, o intentando infiltrar mis cuadros en el aula de pintura del último curso de carrera por el que no había pisado en todo el año. Durante mucho tiempo estuve soñando que hacía por gusto, otra vez, el bachillerato completo, paralelamente a mi trabajo, ocultando a mis compañeros oníricos que ya era profesor.
Es increíble, desde que aprobé las oposiciones, jamás volví a soñar con que tenía que sentarme en un pupitre con los niños de doce años porque se hubieran dado cuanta de que me faltaba aprobar una asignatura de hace mil años.
Yo me esfuerzo por ver en mis alumnos su dimensión espiritual y suelen siempre mostrarme lo más zafio de lo humano, sin embargo, en la ópera, oír a estos pocos cantar como los angeles...

martes, mayo 02, 2006

Darío

Bruno Marcos
Nunca deja de tener tintes inquietantes la visita a casa de mis padres. Al aparcar el coche siempre hago algún gesto que delata que me siento en peligro: doblo el espejo retrovisor, miro a mi espalda varias veces. Es como si percibiera que aquel barrio fue un espacio no del todo pacífico, como si, de pronto, fueran a aparecer por la esquina Jano o Angelantonio, tal como eran hace 25 años, tan feos como malvados, aprovechando que no estaban por allí Arenillas o Alberto para protegerme.
El tiempo que viví en casa de mis padres después de ser niño, de vuelta de la ciudad de la rana en la calavera, la habitaba como a escondidas, jamás paseaba por el barrio, salía ya de anochecida y giraba raudo hacia el centro y, en dos pasos, la catedral me situaba en su órbita ya a salvo.
Hoy al volver vi, ya en las lindes de mi barrio, el coche de mi padre. Allí dormía como una antigüedad, empecinado en existir en medio del presente, como algo molesto, como un jarro de agua fría que trae de improviso hasta la calle todo un tiempo del que nadie quiere ya saber nada. La gente odia el pasado. Él, bajo el pretexto de su mal oído, me obliga a acompañarle a las ominosas revisiones anuales que demuestran que no es tan pasado, que el viejo auto está en perfecto estado para durar otros treinta años. Y, de regreso, navegando a una velocidad tan lenta que yo pensaba que era imposible que circulase un coche, me enseña que, cual un Orfeo del asfalto, hace que todo el flujo circulatorio se amolde a su paso, se mete por la autovía y, pudiendo adelantarle los demás conductores por el otro carril, prefieren seguirle, formar una cola pacífica en hora punta tras el anciano que, bajo sus manos, sostiene el tiempo.
Bajé la ventanilla del coche para que la primavera me azotara el rostro antes de que sus arañas asfixien mis pulmones y pensé en Darío, en cómo será su infancia, en que si todas las infancias de los chicos serán tan bélicas, tan competitivas como fue la mía, y esperé que no, pero luego cavilé que si su infancia no será como fue la mía resultaríamos personas muy distintas, que si yo le doy lo que quiero que tenga, tal vez, se construya una persona tan diferente a mí que nos haga ser dos extraños.
Luego, descendiendo por la rampa de la cochera, se me ocurrió escribir esto y me di cuenta de que yo mismo me había vedado la posibilidad de hablar de él en este blog, y, al apagar el motor, me dije a mí mismo que, quizás, era porque desde que supe que nacería empecé a escribirle sobre papel verjurado, en un cuaderno con un cordón rojo como marcapáginas y cubiertas rígidas que reproducen en relieve escritos de Goethe. Probablemente, me dije, es que no quería hablar sobre Darío sino que lo que deseaba era hablar con él.